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Sísifo y el sinhogarismo

La manera en la que en nuestro país se gestiona el sinhogarismo es tan absurda como la tarea a la que, según la mitología griega, Sísifo, rey de Corinto, fue condenado por los dioses. Según cuentan las leyendas, Sísifo fue condenado por sus faltas y ofensas contra los dioses a arrastrar por toda la eternidad una roca por la ladera de una montaña, cuando se encontraba próximo a la cima la roca caía y el condenado debía comenzar de nuevo.

El mito de Sísifo es una metáfora muy utilizada para señalar el absurdo y el sinsentido de tareas repetitivas que siempre obtienen el mismo resultado, generalmente insatisfactorio, y que es perfectamente aplicable al sistema de atención al sinhogarismo en nuestro país.

De acuerdo con los datos oficiales de la Estrategia Nacional Integral para Personas Sin Hogar, en España habría al menos 33.000 personas en situación de sinhogarismo; sin embargo, de acuerdo con los datos del INE de 2018 el número medio de plazas de alojamiento existentes son 20.219, de las cuales más del 60% son en albergues o alojamientos colectivos, es decir recursos pensados para la emergencia, que en no pocos casos tienen periodos de estancia muy cortos, que no se adaptan a las necesidades de las personas y que por tanto no son herramientas útiles para que la gente construya un proyecto de vida autónomo. Estas plazas, además, no están disponibles todo el año, ya que algunas solo se habilitan durante las llamadas “campañas de frío”, es decir en los meses de invierno, como si vivir en la calle en otras épocas del año fuera una opción aceptable que no supone una vulneración de derechos que entraña un grave riesgo para la vida de las personas. Haciendo una analogía con el mito de Sísifo, las administraciones suben la piedra hasta un poco más arriba del pie de la montaña y cuando termina el invierno la dejan caer.

A nadie le debería sorprender que, con este enfoque, el 44% de las personas en situación de sinhogarismo lleve de media 3 o más años en la situación de calle y que nos podamos encontrar personas que llevan 10 o más años en esta situación.

En este último año nuestro país se ha visto azotado por dos sucesos de altísimo impacto, la pandemia del covid-19 y la borrasca Filomena seguida de una terrible ola de frío. Ambos sucesos han puesto de relevancia la importancia de contar con una vivienda y los suministros básicos para protegerse, y ambas crisis han puesto de manifiesto las terribles deficiencias del sistema de atención al sinhogarismo. Los expertos indican además que con la reducción de la biodiversidad y los efectos del cambio climático este tipo de crisis pueden volverse más frecuentes en los próximos años.

En relación con el sinhogarismo, lo que quizás resulta más exasperante es que parezca que las administraciones públicas han aprendido poco o nada de estas situaciones. Durante el primer estado de alarma y el confinamiento decretado, las administraciones aplicaron “más emergencia al sistema de emergencia”. Aunque los hoteles estuvieran cerrados, los pisos turísticos completamente vacíos y las medidas de seguridad por el covid-19 desaconsejaran los alojamientos colectivos, en nuestro país se abrieron 7.000 plazas de alojamiento adicionales, la mayoría en polideportivos o pabellones que fueron habilitados. Todo esto supuso una inversión, en pocos meses, de al menos 11 millones de euros según datos del Ministerio de Derechos Sociales y la mayoría de estas plazas desaparecieron una vez fue levantada la orden de confinamiento. Se subió la piedra hasta la mitad de la ladera y cuando pudieron decidir seguir empujando y aprovechar los aprendizajes y recursos movilizados por la crisis, la volvieron a dejar caer.

Estos días hemos visto que, en ciudades como Madrid, fruto de la borrasca Filomena se han movilizado recursos especiales, se han abierto hasta estaciones de metro para que las personas en situación de sinhogarismo pernocten y salven así el grave riesgo que temperaturas de hasta 10 grados bajo cero puede suponer para su vida. Estas medidas, que ahondan en el mismo enfoque que hemos visto que no funciona, además tienen que afrontar una dificultad añadida ¿Cómo se enteran estas personas de la existencia de estos recursos y cómo llegan a ellos en mitad de una crisis que bloquea ciudades y regiones enteras? Y de nuevo nos debe surgir otra pregunta: ¿Qué sucederá cuando las temperaturas en vez de ser de 10 grados bajo cero sean de 1 grado o de 10? ¿Será aceptable entonces volver a dejar caer la piedra?

Durante todo este artículo hemos utilizado la metáfora de que son las administraciones quienes cumplen el rol de Sísifo y empujan la piedra, pero es necesario señalar que quienes verdaderamente sufren esta condena son las personas en situación de sinhogarismo. Ellas son las que dedican la mayor parte de sus energías a sobrevivir y quienes sufren el absurdo de un sistema que les obliga a hacer una y otra vez lo mismo produciendo, en un amplio porcentaje de casos, el mismo resultado, la vuelta a la calle. En no pocas ocasiones, estas personas agotadas de recibir la misma respuesta, de no recibir la atención que necesitan para solucionar su problema y de ser estigmatizadas y a veces agredidas por el sistema, dejan de empujar la piedra ladera arriba.

En HOGAR SÍ tenemos clara cuál es la solución, abandonar la emergencia y centrarnos en un enfoque de solución estructural basado en vivienda, el respeto a la autonomía de las personas y el despliegue de los apoyos que las personas puedan necesitar. Países como Finlandia llevan años en marcha señalando el camino, reduciendo sus tasas de sinhogarismo y demostrando que, a la larga, este enfoque es una asignación más racional y eficiente de los recursos. En nuestras manos y en las de la administración está decidir si de una vez por todas llevamos la piedra a la cima.

Gonzalo Caro, responsable de Relaciones Institucionales de HOGAR SÍ

*Artículo publicado originalmente en infoLibre

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