
Nadie elige vivir en la calle
“Los sin techo son la mayor degradación de la condición humana”. Así comienza el artículo que publica La Razón bajo el titular “Banco de datos: Los «sin techo», la otra clase”.
Asistimos en estos tiempos a un preocupante aumento de falta de empatía y de compasión en nuestras sociedades. La empatía es la capacidad de entender el sufrimiento del otro, mientras que la compasión va más allá, y es un mecanismo que nos impulsa a intentar neutralizar y hacer desaparecer ese dolor.
Artículos como el publicado en el diario La Razón el pasado 5 de septiembre son un perfecto ejemplo de esta falta de empatía y compasión. Falta de empatía porque, aunque presenta una amalgama de datos con poco contexto sobre el número de personas en situación de sinhogarismo, ignora un hecho fundamental y es el de que nadie elige vivir en la calle. Descontextualiza un fenómeno cuyo origen está fundamentalmente en el incumplimiento del derecho humano al acceso a la vivienda y que tiene además su raíz en otras causas, como la desigualdad económica, los procesos de exclusión social o la falta de acceso a otros derechos básicos. Finalmente, la invisibilización y estigmatización que sufre el colectivo de personas en situación de sinhogarismo, como el que practica el artículo antes citado, dificulta enormemente que se dé un debate público en las condiciones adecuadas para resolver este problema.
El artículo plantea lo difícil que es dimensionar el tamaño de este colectivo, culpabilizando a estas personas por una supuesta reticencia a ser censadas, cuando la realidad es que es el propio sistema público el que dificulta o impide que se inscriban en el mismo padrón en el que nos inscribimos cualquiera, lo que les lleva a verse excluidos de los sistemas de atención de servicios sociales y también de muchos servicios de salud. Ignora también el artículo que los datos de la encuesta a la que se refiere proceden del estudio del INE que se elaboró en 2012 y que no volverá a realizarse probablemente hasta finales del año 2021 o principios de 2022. En definitiva, el artículo no explica que la responsabilidad de no tener una radiografía más fiable de esta realidad es fundamentalmente de los poderes públicos, que no han hecho durante estos años todo lo que estaba en su mano, ni han cumplido siquiera lo que estaba contemplado en la Estrategia Nacional Integral para Personas sin Hogar 2015-2020 que el propio artículo cita.
Ignora también el autor algunos otros datos que podría haber ofrecido a los lectores y lectoras para dar una imagen más fiel de este colectivo. Por ejemplo, al hablar de la violencia que sufren podría haber mencionado que según un informe de 2015 del Observatorio HATEnto que lideramos desde HOGAR SÍ, el 47,1% de las personas en situación de sinhogarismo han sido víctima de un incidente o delito de odio y que el 80% de esas víctimas lo han sido más de una vez. También elude hablar de que la esperanza de vida de este colectivo es 30 años menor que el del conjunto de la población y en su lugar prefiere estigmatizar y relacionar sinhogarismo con la falta de higiene, el alcoholismo o los trastornos psíquicos. El dedo y la luna.
Pero como hemos dicho, el artículo adolece también de falta de compasión, pues hace afirmaciones como que el sinhogarismo supone un “túnel sin salida” o afirma que “nadie tiene más solución que la de apostar por la prosperidad y las ayudas sociales”. Sugiere, además, que la solución pudiera ser volver a soluciones dignas de la época victoriana, como recluir a las personas en situación de pobreza y exclusión vulnerando todavía más sus derechos.
Frente a esos planteamientos se opone la realidad de que, desde hace años en distintos países, diversas organizaciones estamos proponiendo soluciones efectivas al sinhogarismo, como los programas Housing First. Estos modelos pasan por entender que éste no es un problema que deba atenderse desde la perspectiva de la emergencia social, sino desde un enfoque que ponga la cuestión de la vivienda en el centro y que garantice de manera prioritaria e incondicional el acceso a un hogar. Una vez se cubre la necesidad humana de seguridad y permite desplegar con una mayor probabilidad de éxito todos los apoyos e intervenciones que estas personas pudieran necesitar.
Alguien pudiera pensar que estas medidas son utópicas, pero no es lo que demuestran las rigurosas evaluaciones a las que se someten estos programas y que muestran tasas de éxito en algunos casos de más del 90% en la retención de la vivienda por parte de estas personas. Otra muestra son los datos de Finlandia, país que ha apostado ambiciosamente por este enfoque reconvirtiendo sus alojamientos colectivos, y hoy en día es el único país de la Unión Europea en el que el número de personas en situación de sinhogarismo tiene una tendencia descendente. También se podría defender que estos proyectos son demasiado caros, pero además de que garantizar los derechos fundamentales y atajar el enorme sufrimiento de estas personas no debería ser una cuestión de dinero, las evaluaciones de estos programas están demostrando también que tener a personas en las calles o institucionalizadas es más caro que apostar por enfoques basados en la vivienda, en la autonomía y la autodeterminación de las personas.
Solucionar el sinhogarismo en países como España es una cuestión de voluntad política: esta injusticia social en nuestro país se podría reducir drásticamente en una legislatura y erradicar en dos contando con las políticas públicas adecuadas. La única muestra de degradación del ser humano es que no seamos capaces de reunir la empatía y la compasión suficientes para hacerlo y que apostemos por enfoques que aumentan el sufrimiento de estas personas solo para no enfrentarnos a ello.
Gonzalo Caro, responsable de incidencia política de HOGAR SÍ.
*Artículo publicado originalmente en La Marea
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