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Relato de nuestra experiencia tras abrir la cortina (y los ojos)

Un año más damos la vuelta al calendario y nos adentramos en unos días mágicos de reunión, celebración y agradecimiento por lo vivido. Hoy tenemos la suerte de encontramos reunidas en este salón tan acogedor, familiar y festivo celebrando la vida. El frío acecha, pero miramos a nuestro alrededor y la calidez de nuestros seres queridos nos reconforta. Nos sentimos afortunadas, plenas, y pensamos en nuestros objetivos de cara al año que viene. En cualquier caso, miramos hacia delante porque tenemos un futuro emocionante por descubrir. Lo mejor está por llegar.

Mientras escuchamos el chisporroteo de la chimenea y las canciones de fondo con mensajes llenos de esperanza, nos asomamos por la ventana y vemos cómo una persona que vive a las puertas del banco cercano a nuestra casa prepara su propia celebración. No se parece en absoluto a la nuestra. Mientras conversamos y dialogamos efusivamente, pensamos si estará bien, si necesitará algo, qué habrá sido de su familia. Sabemos que es una de tantas, nuestras calles están habitadas por miles de personas que no tienen un hogar en el que guarecerse, ni siquiera en estas fechas. Decidimos cerrar la cortina, hay momentos demasiado tristes para una noche tan especial como esta. Ya nos lo dice la canción que sirve de banda sonora en la velada de hoy: “canta, ríe, bebe, que en estos momentos no hay que tener pena”.

Siguiendo nuestra tradición, continuamos esta noche tan especial juntándonos alrededor de esas luces y figuras artesanales y compartimos un momento de conexión y reflexión. Mostramos nuestros deseos, reímos y nos abrazamos. Hablamos de llevar paz allá donde vamos, de luchar contra las injusticias, de construir con un mundo mejor. También compartimos nuestros temores: decimos que no queremos estar solas, no queremos sentirnos abandonadas, nos gustaría que todas pudiéramos tener una vida digna y que todos nuestros derechos fueran respetados. Nos gustaría cumplir nuestros sueños, nos encantaría poder luchar por ellos. Lástima que en la realidad esto no sea así, al menos no para todas. Sabemos que esa persona que no tiene un hogar no pensaría lo mismo si le preguntáramos. Seguro que su perspectiva es muy diferente. Por si acaso no preguntamos, mejor no preguntar. Al fin y al cabo, ellas no son nosotras. Son otras, son diferentes y su vida no es ni ha sido nunca parecida a la nuestra. ¿O sí se parece?

Decidimos abrir de nuevo la cortina, no podemos parar de pensar en aquella persona que vemos a través del cristal. Y abrimos los ojos también. Prestamos atención a la persona que en este día tan especial y cada uno de los días del resto del año pasa su vida en la calle. Aunque desde la distancia no se aprecia, podemos intuir que se trata de una mujer. Parece de mediana edad, más o menos la que podemos tener nosotras. Mantiene una expresión reflexiva, aprieta los puños muy fuerte mientras resiste el frío y frunce el ceño como si quisiera salvar la distancia que existe entre sus cejas. Parece solitaria, mejor dicho, parece sola. Pensamos y debatimos que probablemente ella haya decidido estar así hoy, alguna razón habrá, algún sentido deberá tener, pero con este frío pienso que eso es imposible. Nadie quiere vivir en la calle, ni ahora ni nunca. Y lo peor de todo es que nunca había visto a esa persona y empiezo a pensar que probablemente lleva mucho tiempo ahí, invisible a mi mirada, a la de todos.

Nos sentimos tan lejanas a ella, a sus deseos, a sus sueños y a sus necesidades. Pero, la realidad es que nos resulta inevitable replantearnos todo lo aprendido. ¿Cuáles serán sus aspiraciones? ¿De verdad querrá pasar estas fechas en soledad? ¿Y el resto de su vida? ¿Y si en realidad no quiere estar sola? ¿Y si no ha sido su elección? ¿Y si la vida le ha llevado obligada a vivir una situación como esta? ¿Y si su vida sí es similar a la mía? ¿Y si no somos tan distintas? ¿Y si ellas son nosotras?

¿Qué os parece si bajamos y le preguntamos si está bien? No, mejor olvidémoslo. Es demasiado difícil, demasiado violento, demasiado desesperanzador, especialmente en estas fechas.

Pasa la noche, hablamos y hablamos. Agradecemos nuestra fortuna, continuamos la velada sin querer mirar por la ventana. Mejor no mirar porque, si no, lo vemos.

¿O acaso ya lo hemos visto?

 

No dejemos que, con el tiempo, las personas en situación de sinhogarismo se vuelvan invisibles.

Recupera la mirada en #NoMásAmigosInvisibles para que nadie viva en la calle.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

Un relato de Marina Sánchez Cuesta, técnica de investigación en HOGAR SÍ.

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